En la tarde del sábado 3 de junio de 1961, el municipio abulense de Pedro Bernardo, cuya Corporación presidía Abraham Zamarrón, rindió homenaje a uno de sus hijos más ilustres, el científico Arturo Duperier, que había visto la primera luz en el Balcón del Tiétar el 12 de noviembre de 1896.
Ese día se procedió a inaugurar en el Parque del Rollo un busto de bronce del académico sobre un pedestal de piedra granítica, con el escudo de la provincia abulense y la inscripción: "Al sabio don Arturo Duperier Vallesa, físico e investigador de los rayos cósmicos, su pueblo natal". El escultor, allí presente, era Emilio Laiz Campos, que un año después firmaría la figura de San Juan de la Cruz de la plaza de la Diputación de Ávila.
Fue un momento muy emotivo. El eminente candidato al Premio Nobel había fallecido dos años atrás, a las 16:45 horas del 9 de febrero de 1959, en su domicilio madrileño del número 37 de la calle Virgen del Portillo, en el barrio de la Concepción, a los 62 años de edad, tras haberse encontrado mal esa mañana al impartir su docencia en la universidad. Había sufrido un infarto en el Reino Unido en marzo de 1951, del que se recuperó, pero la dolencia regresaba imparable en esta postrera ocasión.
Duperier, hijo de la maestra y el boticario de Pedro Bernardo, nunca olvidó su localidad natal, en la que vivió hasta los 12 años: cuando el 7 de marzo de 1933 ganó por oposición la cátedra de Geofísica en la Universidad Central de Madrid, invitó al alcalde cucharero a presidir el acostumbrado banquete de celebración posterior.
Y Pedro Bernardo también le recordó siempre: poco después de que Duperier regresase a España tras su exilio extranjero iniciado en la Guerra Civil, su tierra le brindó un multitudinario reconocimiento el 28 de diciembre de 1952, colocándose una placa en la casa donde fue alumbrado, hoy Ayuntamiento, con el siguiente texto: "Aquí nació y vivió, los años de su infancia, el muy ilustre Profesor de Ciencias Físicas don Arturo Duperier Vallesa, gloria de esta villa, cuyo Ayuntamiento, reconociendo los méritos de tan preclaro hijo, le rinde este homenaje, como testimonio de cariño y admiración que por él siente su pueblo natal".
Ese día de 1961 de merecido tributo a su memoria, arropado por toda la población, por numerosas autoridades y personalidades como el doctor Benigno Lorenzo Velázquez, el gobernador civil de la provincia de Ávila, José Antonio Vaca de Osma, descubrió el monumento acompañado de la esposa del insigne profesor, Ana María Aymar Gil (con quien Duperier contrajo matrimonio el 14 de febrero de 1935, siendo testigo del enlace Claudio Sánchez-Albornoz), y de la única hija de la pareja que alcanzó la edad adulta, María Eugenia.
A su viuda, embargada por la emoción, le flaquearon las fuerzas para leer en alto las palabras que había preparado, y fue su hija quien las pronunció. En ellas, destacaba la lealtad de los paisanos de su marido hacia él: "vosotros, sus convecinos y sencillos amigos (…) fuisteis quienes, a su regreso a España, le ofrecisteis en vida el único homenaje público, cordial, que en tierra española se le tributó. Fue para él, aquel día inolvidable que pasamos aquí con vosotros, uno de los más felices de su noble existencia".
Aunque Arturo Duperier fue sepultado en el cementerio de La Almudena, seis décadas después, en 2019, sus restos fueron trasladados al camposanto de Ávila, donde reposan junto a su esposa, a la primogénita del matrimonio, también llamada Mª Eugenia y fallecida con 6 meses de edad, a su hermana Purificación y a su yerno, Luis Fernando Carvajal Melgar, marqués de Goubea.
La admiración hacia Arturo Duperier no solo se justifica por su enorme talento, que lo situó en la élite mundial de la ciencia de su época; también emana de sus cualidades humanas y su inmensa capacidad de resiliencia ante adversidades de toda índole: afrontar con entereza la muerte prematura de sus dos hermanos y sus padres, la guerra y el destierro, la incomprensión y las insidias. Quien tanto estudió los rayos, resultó ser luz en sí mismo.