A lo largo del año transcurrido de esta accidentada legislatura municipal, visto el rumbo que están tomando los acontecimientos, cuando escuchamos hablar de "números" en el Mercado Chico ya no podemos saber si se refiere bien a cifras, o bien a los numeritos que cada poco se preparan por asuntos que años atrás eran pacíficos y exhibían muestras consolidadas de colaboración. Ahora, cosas dadas por sentadas, convivencias beneficiosas público-privadas de décadas, son sacudidas poniéndose en tela de juicio y la capacidad de sorprenderse va siendo cada vez menor.
Los dirigentes locales parecen encontrar constantemente escollos de entendimiento y relatos divergentes con muy variados colectivos: la banda de música, los perjudicados por el carril bici, los afectados por la ZBE.... Uno de los últimos es con la FAVA, la Federación de Asociaciones de Vecinos de nuestra ciudad, con quienes el Consistorio tiene un convenio que en las últimas anualidades superaba los 100.000 euros, y que han trasladado a la opinión pública su descontento por los recortes presupuestarios que les obligan a reducir sensiblemente su actividad de dinamización de los barrios en forma de semanas culturales, talleres para la ciudadanía, etc. El Ayuntamiento se ha apresurado a responderles públicamente que, sumando las obras que va a acometer en sus sedes, desembolsará 70.000 euros. La visión de la FAVA dista mucho de coincidir con estas cuentas, ya que se centra en los 40.000 euros que recibirá, más allá de lo que el Ayuntamiento pague a los operarios por las reparaciones de inmuebles que, después de todo, son de titularidad municipal y están destinados al uso general.
En suma, que todo es según del color del cristal con que se mira, y los ciudadanos debemos enfrentarnos día sí, día también, a dos relatos divergentes sobre una misma realidad, dos versiones de unas mismas cuentas o de un mismo cuento. Así, si el equipo de Gobierno municipal se presenta con los números de su aportación bajo el brazo como los tres reyes magos, para la FAVA el relato estaría más cerca del de Pinocho. Y leyendo acusaciones de unos y explicaciones de otros, enredadas en una madeja sin fin, mientras la ciudad sufre la parálisis que provocan los desacuerdos, el administrado debe definirse una y otra vez ante las narraciones que se le presentan, y decidir quién es Caperucita y quién el lobo, quién la bella y quién la bestia, o quién Blancanieves y quién la bruja. Ardua tarea, consecuencia de ser gobernados principalmente en base a las apariencias más que a los resultados.
Pensar en la última campaña electoral municipal, cuando se aireaba como señuelo para captar votos la buena gestión de los cuatro años anteriores y se conseguía que los electores siguieran al flautista de Hamelín, ante la errática tónica presente parece estarse leyendo el cuento de la lechera, pues pasada la cita con las urnas, sin posibilidad de volver atrás a la página 1, las arcas municipales resultaron estar vacías y con telarañas; muchas asociaciones y colectivos vieron de pronto cómo su situación se convertía en la del patito feo o la Cenicienta, y Ávila quedaba aletargada como la bella durmiente, para con toda probabilidad despertar un año antes de la siguiente cita electoral. Es lo que pasa cuando se tiene gestores locales con más cuento que Calleja.