La Fundación del Español Urgente (FUNDÉU) nos exhorta a utilizar el idioma de manera adecuada, asunto como poco interesante e imprescindible. La recomendación insiste en no usar ciertos vocablos, sobre todo barbarismos procedentes de lenguas extranjeras, fundamentalmente el inglés, pues tenemos un idioma rico y abundante en alternativas apropiadas. Concretamente recomendaba sustituir la palabra revolving, un producto del mundo financiero, por "revolvente". Ese consejo provocó este artículo.
Revolvente es el apellido de algunos productos financieros, fuente de tranquilidad aparente hasta que descubres que estás al borde del abismo. El eufemístico producto revolving es una especie de pozo sin fondo; según gastas se repone, la deuda es inagotable y te devora. ¡Estás atrapado, y tal vez perdido! Los intereses te envuelven y empobrecen. Para mayor escarnio, una sentencia del Supremo (23.2.2023) establecía, para un caso de revolving, que un interés del 23,9% no era usura, ¿cómo definir entonces el 4% que aplica Hacienda a los intereses de demora? ¿Los ciudadanos vivimos en una realidad eufemística cuando el 23,9% no es codicia y la cicatería del 4% se disfraza de justa? El lenguaje de la industria financiera es peligroso y, si lo avala la ley, mortal para el consumidor… Créditos subprime, ligados a la crisis financieras del 2008 o esas hipotecas de múltiples apellidos con sus TIN y sus TAE.
Un eufemismo apasionante es el del "ascensor social". Sugiere que circunstancias bien aprovechadas permiten mejorar, incluso ayudarnos a saltar de clase social; recordé que junto a los ascensores se sitúan montacargas, así que diccionario en ristre miré los significados: son palmarios e hirientes. Ascensor: aparato para trasladar personas de unos pisos a otros; montacargas: ascensor destinado a elevar pesos, y finalmente están las escaleras. Le tratarán eufemísticamente y con guasa para señalarle su vía de ascenso social. La mayoría de los humanos entre la escalera y el montacargas.
El lenguaje enigmático utilizado por algunas industrias, oficios y profesiones esconden ritos e idiolectos ininteligibles, impenetrables al vulgo, lo que le aleja de su posible ejercicio (medicina, judicatura, ingenierías, religión, etc.), y desconfía de aquello que no entiende, sobre todo cuando se disfrazan determinadas prácticas, incomprensibles. El enredo empezó cuando el personal pasó a ser capital humano, los mortales vieron la luz y entendieron la falsedad.
El eufemismo es el idioma de la administración y la política. Los políticos se han convertido en burócratas de la Administración del Estado y sus Autonomías; la política ha dejado de ser un arte para ser profesión de algunos zurupetos y torpes. Mariano José de Larra, en su obra "Vuelva usted mañana", explica la procrastinación como argumento funcionarial, y refugiados en la pereza te espetan: ¡No está en el manual; no hay solución! Limitados a ver el mundo a través de una ventanilla, el registro y el sello, olvidan que tratan con personas, incluso alguno amedrenta al administrado y presume de cargo.
Los políticos gozan de su propia ventanilla en la relación con los ciudadanos, es "X" (Twitter); a la incomunicación añaden engolamiento alejándose de la realidad; es de juzgado de guardia que los Gobiernos estén enganchados a las redes sociales como niñatos, su función y actividad están disfrazados de eufemismo y afectación.
Los periodistas de vocación son suplantados por influencers, perdón, influenciadores, quienes aprovechando las facilidades de las nuevas tecnologías, se dan a ¿informar?; ¡Ja! Estos intrusos ni siquiera superarían un examen básico de ortografía, quizá por eso "ponen el acento en la pasta". Son correa de transmisión de extraños intereses, políticos y económicos, por eso no dudan en atacar al periodismo convencional, y algunos líderes los utilizan a sabiendas. Es dudoso que ellos y sus mentores conozcan el significado real de ética: véase Trump.
Esas mismas tecnologías llevan a eufemismos peligrosos como es el de "la muerte social"; a los de edad provecta, eufemismo de viejo, pretenden empujarnos ahí. Los defensores del Metaverso instigan a la gente a vivir en ese idílico lugar, pero se resisten a habitar en la dimensión virtual de Elon Musk. La solución habitacional, eufemismo de vivienda digna sería ese metaverso, pero nos da que el personal prefiere permanecer en el mundo analógico, donde ha actuado un juez de Badalona; enmendó la plana al ayuntamiento y expresó en un auto que el municipio había dejado en completo desamparo, hoy leeríamos metaverso, a personas sin hogar, y le obligaba a darles cobijo en el mundo digital, el real. Aquí no vale virtualidad ni eufemismo habitacional.
Hay eufemismos hilarantes. Casado del PP, Tudanca y Espadas del PSOE, ¿se fueron o los empujaron Ayuso y la Moncloa? Si uno se golpea contra la cámara de un periodista, ¿es accidente o agresión? ¿Si 31 es más que 35, así dijo el presidente de las Cortes Castellano-Leonesas, y se quedó tan pancho, es: eufemismo, melonada o burla? ¿Es despropósito no ser presidente porque no se quiere? No olvidamos el absurdo banquillo de telediario; o la incoherencia de que los jueces no tienen ideología.
Políticos, empresarios, funcionarios y demás próceres ocultan los mensajes encriptándolos con barbarismos o con palabras que disfrazan la realidad. Tal vez por esnobismo, por no saber explicarse en el propio idioma, por vergüenza o, lo que es peor y más cierto, para ocultar la realidad. Cinismo, mentira y eufemismo conviven como manifestaciones suaves o decorosas de ideas cuya franca expresión sería dura, malsonante o hiriente.
Trump quiere "remigrar", eufemismo de expulsión y retorno forzado, a refugiados en EE.UU, El preámbulo de la Declaración de Independencia de EE.UU dice: "Los hombres son creados iguales, son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad". Ese país ha expulsado a la felicidad cambiándola por dinero, poder e injusticia. Las extravagancias de Trump y Elon Musk son violencia, la diplomacia, un eufemismo.