El bolso de una mujer es un mundo, un universo. Todas tienen uno o varios, grandes, pequeños, muy grandes, muy pequeños, de cualquier material con el que se puedan fabricar, de marca, sin marca, falsificados; da igual. Las más jóvenes prefieren la mochila, más versátil y práctica y, sobre todo, más juvenil. Este es el continente, pero lo verdaderamente importantes es el contenido. La mujer, más práctica que el hombre, lleva consigo lo que puede necesitar en cada momento. Echemos un vistazo a un bolso cualquiera, estándar. Puede llevar, las llaves de casa, y a veces las de la oficina donde trabaje; el teléfono móvil; una carterita con tarjetas de todo tipo, las del banco, comercios, la sanitaria, el permiso de conducir, la del seguro, fotos de familia o de amigos, notas que en un momento tomó, todo ello junto a una agenda con nombres, teléfonos, que se han ido acumulando a lo largo del tiempo; el monedero con el mínimo de dinero contante; puede llevar las gafas, de sol o las de ver; algún perfume, o un pintalabios, un peine, un bolígrafo, un paquete de kleenex, y hasta algún útil sanitario. Y si fuma, también la cajetilla de tabaco y el encendedor. Saltando por el fondo del bolso, algunas monedas sueltas, para pagar el aparcamiento.
A mi mujer la robaron el bolso hace algunos días. Había terminado de hacer la compra y metiéndola en el coche, aparcado en los bajos de un supermercado de Ávila, cuando se acercó un coche que paró a su lado y la preguntaron por cierta dirección, un tanto confusa, al que había que dar algunas explicaciones. Cuando volvió al asiento de su coche, el bolso ya no estaba allí. Aquellos ladrones eran unos profesionales que estudian a la víctima, el lugar, el cuándo y el cómo, porque el mal es inteligente, y hay mafias preparadas para ello. Llamó a sus hijos, y a mí, que me encontraba lejos en un pueblo. Aquel día no se la había olvidado nada de meter en el bolso; allí llevaba las llaves de casa, varias, el control de la alarma; la carterita con el carnet de conducir, el DNI, la tarjeta sanitaria, la tarjeta bancaria, otras múltiples tarjetas, fotos, notas; la agenda con multitud de nombres y teléfonos; el teléfono móvil, lleno de fotos, aplicaciones, teléfonos, con una funda protectora con la foto de sus nueve nietos; las gafas de conducir ¿Qué hacer? Y aquí empieza el calvario para recuperar su identidad, pues en ese momento, no existe. Lo primero, pues los ladrones lo que buscan es dinero, era anular la tarjeta del banco; llamada a la oficina correspondiente, bloqueo de la cuenta, y anulación de tarjetas, incluida la mía. Ir a la comisaría de policía a denunciar el robo, y a solicitar nueva documentación, el DNI, teniendo que pagar cierta cantidad, que ha de ser con tarjeta, pues no admiten dinero en efectivo. Todos muy amables, y diciéndole que ha tenido suerte, pues a otra señora, en el tiempo que tardó en ir a la comisaria quince o veinte minutos, la habían vaciado la cuenta y encima habían pedido un préstamo. Pero ¿Cómo pagar, si no tiene tarjeta? Siempre hay alguna amiga cerca, que se presta a efectuar el pago. Después ir a tráfico a solicitar nuevo permiso de conducir temporalmente, que tardará lo que tarde, pero advirtiendo que con el papel de la denuncia sería suficiente para conducir. Hay que anular el control de la alarma, nueva llamada. Hay que cambiar las llaves de casa, al menos bombines, que mis hijos, que son unos manitas, solucionan en breve tiempo. Además, la proporcionan otro teléfono, en desuso, pero funcionando, al que solo tiene que cambiar la tarjeta. Ir al óptico a que hagan unas nuevas gafas. Solicitar nueva tarjeta sanitaria. Atender llamadas de la comisaria, solicitando datos de los ladrones. El seguro no da ninguna indemnización al ser fuera de domicilio y no haber sido violento ¡vamos, que te tienen que matar! Mi mujer que es fuerte, enérgica, y no hay nada que la hunda, ni el cáncer, solo dice. ¡Mas han perdido los de Valencia!
Todo tiene arreglo en esta vida, excepto la muerte, pero esa es otra cuestión con la que no voy a amargarles el día.