El ciclo de las estaciones siempre trae la temporada de lluvias. En Ávila, en cuanto caen cuatro gotas, todos nos sentimos un poco como Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia. ¡Qué buena fortuna, qué lotería bajada del cielo! Eso implica que ya no hará falta contar en vasos de agua el líquido elemento necesario para organizar el Concurso Hípico en verano, ni reunir durante meses y años más y más comisiones de expertos que den sesudos dictámenes que luego no se materializan nunca. Del dicho al hecho… hay un trecho, que aquí suele hacer aguas.
Aunque siempre hay algún aguafiestas (nunca mejor empleado el término) que, tras las lluvias, se queja de que los imbornales se desbordan por estar tan tupidos de tierra y maleza que parecen jardines-bonsái, o que se vuelven a producir las eternas balsas en el Puente de la Estación o en los castigados puntos de los mismos pasos de cebra de la ciudad que, por muchas obras y fatuas declaraciones de políticos ante los medios de haber quedado resuelto, vuelven a aflorar a la primera de cambio. Nada, pelillos a la mar. Si se ha tardado cinco años en inaugurar la piscina municipal, siempre hemos podido consolarnos todo ese tiempo mirando estas variadas pozas de hermoso tamaño, repartidas por diversos barrios, pertinaces e inasequibles al desaliento.
Es el Volver a Empezar de Garci, o La Vida sigue igual de Julio Iglesias. Año tras año, todo sucede idéntico, es el Día de la Marmota de agua. Ni Plan Cogotas, ni tanque de tormentas, ni bombeo desde Fuentes Claras; solo el blablablá que llena los informativos y los debates municipales sin que nadie haya visto remover ni una piedra para ejecutarlo. Ha quedado hasta hoy todo en agua de borrajas. A la hora de la verdad, tras el palabrerío y el pimpampum político, solo nos queda mirar al cielo a ver si llueve. Porque pasa el tiempo y aquí seguimos, metidos en el mismo charco que hace años.
La sequía es un recurso muy manido para tapar la inacción y la dejadez de quienes nos gobiernan. Una excusa fácil que, desde fuera, parecería de fuerza mayor: ¿qué van a hacer ellos si no llueve, pobrecillos? Pero aunque no podamos culpar a nadie de la climatología, la responsabilidad de quien gestiona los recursos públicos es, precisamente, proveer por si no hay precipitaciones, reducir la imperiosa dependencia que actualmente tenemos en la ciudad de que llueva con regularidad. No valen políticos que se ahogan en un vaso de agua. Es preciso impulsar infraestructuras como ya tienen otros lugares de nuestro entorno para embalsar agua bastante que nos dote de más recursos para resistir los recurrentes períodos de sequía, cada vez más frecuentes. La inversión hay que planificarla y ejecutarla, buscando financiación; no solo anunciarla y cacarearla, para luego dejarla parada. Es un tema técnico y de ciudad, que va más allá de partidismos y de una legislatura concreta, pues sus consecuencias se alargarán décadas. Por eso, requiere de grandes consensos, y de rehuir actitudes de cerrazón de esta agua no beberé.
Garantizar el suficiente abastecimiento de agua es la A para el desarrollo de una población. Permite aumentar habitantes, asentar empresas, preservar la riqueza medioambiental de la ciudad. Debe ser una de las primeras prioridades del político local. Es menos vistoso que comprar mandiles y pulseras con el logo municipal para regalar, pero es blindar el mañana. Porque el agua es salud, es vida, es higiene, es riqueza. Y una localidad que descuide o demore dar una solución seria, duradera y lo más definitiva posible a este tema tan vital, estará paradójicamente con el agua al cuello cada vez que las lluvias se hagan de rogar.
El comodín de la Virgen de la Cueva puede haber funcionado muchas veces antes, hasta hacer a nuestros munícipes confiar ciegamente en la buena suerte de tenerlo a mano; pero cuidado, puede llegar un año hidrológico en que los chubascos sean tan insuficientes que nos hagan pasarlo verdaderamente mal. No podemos dejarlo al albur de la suerte durante tanto tiempo, es una insensatez y una dejación de obligaciones. La ciudad espera como agua de mayo que de una vez por todas, entre el humo de las promesas incumplidas, se den pasos tangibles y reales hacia la solución del problema del abastecimiento de agua.