Chema Sánchez

En corto y por derecho

Chema Sánchez


Dieciséis días, una causa

27/07/2024

El verano está hecho para coger aire, para vestirse con pantalones cortos -tengamos la edad que tengamos, porque la pantorrilla siempre luce- y para gritar a los cuatro vientos lo que nos dé la gana. O para ver por vigésima vez Verano Azul, o recuperar aquellos cómics de la infancia que han ido cogiendo color amarillento. Pero hay quien lo aprovecha mucho mejor que el resto de los mortales, esos que buscamos sombra hasta en la sombra cuando de niños nos daba igual que hubiera 35, 40 o 50 grados mientras pedaleábamos, o quienes han enlazado siesta durante el Tour, con la que van a propiciar los Juegos en la vecina Francia. De bici, deporte y afines controla mucho Miguel Leralta, un tipo del que hoy toca hablar, al que no voy a decir que haya visto crecer, porque empezamos a coincidir en la adolescencia, pero casi. Miguel probablemente sea una de las personas más testarudas que he conocido en mi vida, y lo digo para bien. Es amigo. De hecho, las malas lenguas hablan de que Leralta fue quien dio origen a ese proverbio que dice que el que la sigue la consigue. Los que íbamos por ahí con él allá por los 90 y los 2000, en Ávila, aún comentamos cómo nos hacía la tres catorce todas las noches para que no abandonásemos el barco que surcaba el adoquinado de la ciudad amurallada. ¡Todas las noches! No te digo nada si se nos ocurría visitar las fiestas del pueblo más inesperado… Fuera que habíamos quedado para una caña -ahora lo llaman tardeo-, para ir al QuéFal, el Ni Fú Ni Gas (sí, ha llovido, sí) o el Ozone, o para la verbena de Padiernos, había muchas probabilidades de que no pudieras escabullirte para irte a casa, si aún permanecías en su radar. ¡Qué tío! Está claro que… lo necesitaba. No podía, ni puede parar quieto. Lo mismo te hace un proyecto estupendo, que te pone una quitanieves en una secundaria que sólo conocen él y los vecinos del pueblo al que conecta. Acaba de reformar con sus manitas una casa que otra mandaría a derribo. La ultractividad en persona. A la gente así yo sólo puedo admirarla. Aplaudirla. Aún con esa sagacidad que le caracteriza, desde niño, Miguel siempre ha sido todo corazón, que cantara Calamaro. Ese carácter tan suyo agita el mundo. Hace unos días leía en estas mismas páginas que está acostumbrado a ponerse a prueba, que le gustan los retos y estar en forma. Tal cual. De hecho, ahora está removiendo Roma con Santiago para, precisamente, hacer el Camino hasta la capital de Galicia a partir del 9 de septiembre y finalizarlo el 24 de ese mismo mes. Leralta va a acompañar en el citado y exigente recorrido que es la Ruta Jacobea a Javier González Lara -a quien una discapacidad visual atacó hace años- para dar visibilidad a la asociación Hablemos, dedicada a prevenir los suicidios y acompañar a los que los sobreviven. Volcada en dar visibilidad a un problema. Un reciente estudio de la Universidad Complutense de Madrid sitúa precisamente a Ávila como la provincia española con mayor tasa entre la población entre 12 y 29 años, con siete decesos provocados por cada 100.000 habitantes. Pero, en general, todos conocemos algún episodio de fallecimientos inesperados y demoledores para su entorno, que cambian los cimientos de muchas familias. De ese tema, los que llevamos picando letras ya unos años, sabemos que existía un pacto cuasi tácito de no escribir por el efecto llamada que siempre se ha dicho que genera. Pero, lo que no se cuenta no se conoce, no se soluciona. La causa -así lo veo yo- merece mucho la pena. En esta aventura solidaria, a estos dos intrépidos colegas acompañarán voluntarios que ayudarán a llevar el riel que requiere seguir Javier, quien hará el trayecto junto a Miguel y Xudán, su perro guía. ¡Chapó! Necesitan patrocinios y varias manos, varios pies por etapa y, aunque me consta que la cosa marcha, nunca está de más arrimar el hombro. Está en la mano de todos. Más aún si la dicha es buena y un amigo está por medio. Ya me entienden.