Chema Sánchez

En corto y por derecho

Chema Sánchez


Llamadas incómodas

01/02/2025

No hablo, no, querido lector, de aquéllas que a más de uno nos tocó hacer para quedar con la novieta de turno, echando arrestos al tema y preguntando por Margarita al padre. ¿Pero, la madre o la hija? La hija, señor, la hija. No, no me refiero a esas, aunque seguro que más de uno aún las recuerda. Tampoco a las del seguro de turno, que, como la vida misma, se ha ido de madre desde hace ahora un par de años, y como la mayoría de los productos del supermercado -aunque nos cuenten otras milongas- haya aumentado su precio más de un 50 por ciento. Tampoco las de la eléctrica o la telefónica que dan la turra lo que no está escrito. Sólo de pensarlo se me ponen los pelos como escarpias, de veras. No. Hablo de esos molestos timbrazos que, de un tiempo a esta parte, nos abrasan a todos, sin que nadie tome cartas en el asunto. Pero, vamos a tratar este asunto -porque, si no, nos podemos volver locos- desde otra perspectiva… El otro día me contaba una amiga que a su abuela, superadas todas las etapas de vida laboral y cotización que uno -una- se pueda proponer, la habían llamado en fin de semana para ofrecerle un trabajo desde uno de esos números del demonio que actúan en remoto y de forma automática (y las veces que haga falta). ¡Pero cómo voy a trabajar yo, si tengo 80 años, y estoy bien a gusto en mi casita! ¡Mire usted, yo les agradezco muchísimo, que se hayan fijado en mí, pero no me interesa!, le contaba esta buena señora a su nieta que respondió a la locución automática, lo que provocaba las carcajadas de quienes escuchaban su relato, por ese salero con el que lo contaba, pero sobre todo, por lo surrealista de la escena. Está claro que hay todo tipo de departamentos de recursos humanos, pero ese en cuestión no existe, y los individuos que pergeñan esos mensajes hacen muy bien su trabajo con tanto disparo a discreción. Las condiciones, inmejorables; la jornada, mucho mejor que la que nos venden los actuales prebostes de la política de este país, que creen que el dinero cae del cielo y que sin producir se puede vivir. Te forras, estando de brazos cruzados, vienen a decir algunos de esos mensajes en bucle que recibimos. Casi como los designios de nuestros líderes, que prefieren aportar las demagógicas paguitas al personal frente a exigir lo mínimo. Estamos en otras posiciones. ¿El futuro de las pensiones? Eso ya lo arreglará otro… En pleno siglo XXI, sigue dándose ese refrán de que nadie da duros a peseta. Los malos están al acecho siempre y ya no saben qué hacer para sacar el mínimo provecho de cualquier despistado. Pocos ya pueden decir que no hayan tenido algún episodio de fraude o estafa a través de internet. Es la plaga de los últimos años, en los que, como locos, nos hemos tirado a la piscina de la compra online, del escrol infinito en las redes sociales y las páginas web… Esas adquisiciones pulsando tres botones resultan mucho más cómodas, en ocasiones más baratas, y también en bastantes casos una decepción. Duros a peseta. En otras, cierto, todo lo contrario. Gangas absolutas. Pero hay que tener cuidado con todo esto. Esta amiga me contaba ese pasaje entre risas, pero a mí me ha ocurrido ya varias veces aquello de llevar tiempo esperando una comunicación importante, y cuando la recibo, empiezan a entrarme avisos de que un número llama, de forma insistente. Persistente. A vida o muerte. Pierdes el hilo (telefónico) y ya tienes que cortar aquella llamada inicial pensando que se trata de alguna emergencia, o que se acaba el mundo. Cuelgas, y vuelve a sonar… Para que te salte el mensaje de los recursos humanos... ¡La madre que os…! ¡Maldita ingeniería social! Por eso, sigamos aquella máxima de desconfiar de las grandísimas ofertas, abramos bien los ojos antes aquello que nos dé en la nariz que algo tiene de falso, porque la intuición de cada uno resulta ser la mejor. Miren a la abuela de mi amiga, que estaba tan feliz, porque se acordaran de ella a estas alturas de la vida para un desempeño profesional, si bien algo le hacía sospechar de que había un gato encerrado. Qué digo un gato, un tigre. Y, por desgracia, suele haber mucha fauna peligrosa suelta. Ya me entienden.