Todo comenzó hace unos meses. Alguien desde un despacho debió decidir demoler algunos de los clichés asociados a nuestra ciudad desde tiempo inmemorial, todos así, juntos, de un plumazo, y sin prepararnos emocionalmente para ello. El primero, que Ávila es una ciudad tranquila y de pequeño tamaño, donde el puesto de trabajo está cerca y por eso apenas se tarda en llegar a él. Qué miradas compasivas dirigíamos en el pasado a nuestros vecinos madrileños, cuando nos contaban apesadumbrados los atascos diarios a los que se tenían que enfrentar un enjambre de conductores estresados… ufanos les espetábamos, con un ligero aire de superioridad: «¡en Ávila no sabemos lo que es eso! Cierto es que no podemos compararnos con la oferta de ocio o comercial de la Gran Vía, la Castellana o Goya, pero ¡qué facilidad circular, aparcar, respirar aire limpio! Llega uno renovado a la oficina, y después de esta a casa. ¡Pobres de vosotros, cuánto tiempo de vida empleáis en traslados lentos por vías colapsadas!». Y veíamos entonces el gesto mohíno de los capitalinos, no exento de cierta envidia, que en nuestro fuero interno valía por una docena de Primarks, Reyesleones y Cortilandias.
Pero ¡ay!, que un día aquí nos llegó la fiebre de las obras, envuelta en un tufillo de promesas y campañas electorales. Perforar, butronear, agujerear, taladrar con ruido y polvareda. "Es preciso para el progreso", nos dijeron los munícipes. Y al que le tocaba en su barrio, los demás a compadecerle desde la distancia, pero solo con recordarle la promesa pública de la mejora imprescindible que traería infinitas bondades se le callaba la boca en cuanto comenzase a quejarse. Aunque esa fase pasó pronto, cuando las obras empezaron a coincidir. Varias zonas juntas, solapándose y rivalizando en molestias. Acumuladas, superpuestas, sin traslucir una mano organizadora por encima de todas, sin anunciar cronogramas ni siquiera aproximados. Alargamientos de trabajos durante meses, cuyo final no se vislumbra en el calendario ni por los optimistas. Repeticiones de aperturas de calles recién concluidas (antes, las tuberías; ahora, el asfaltado, el cableado o vaya usted a saber), destripadas por segunda o tercera vez ante la mirada impotente de comerciantes y vecinos, que no alcanzan a entender la falta crasa de planificación para acometer todo de una sola vez y no volver a crear el caos en el mismo lugar cada pocos meses.
Otro estereotipo desautorizado: en Ávila nunca pasa nada emocionante, es aburrido vivir aquí. ¡Falso! Salir de casa cada mañana es aventurarse por un safari, no hay dos días iguales. El GPS se marea al recomendar tercamente rutas que ahora ya son imposibles, así que se utiliza la brújula, se pregunta a los lugareños desde la ventanilla o se acepta que uno está perdido. La calle cerrada ayer está abierta hoy y viceversa, aparcar es una utopía tan grande que la frustración y el hartazgo crecen hasta hacer sentir la generosidad total de regalar el coche al primero que pase. El previo aviso es mínimo o directamente inexistente. Sálvese quien pueda. Pensar posibles movimientos se complica más que en el ajedrez. O se parte de casa con mucho tiempo de antelación para poder apañarse dando miles de vueltas ante las desconocidas barreras que aguardan ahí fuera o directamente no se llega al destino a tiempo, y a veces ni por esas. Si hace un año alguien hubiera dicho en Ávila: "vengo tarde porque el tráfico está imposible", hubiera parecido una excusa de mal gusto por puro ficticia; hoy, es la vida misma.
Algunos, aunque su número disminuye, reaccionan ante este tema que se ha colado entre los más recurrentes de las conversaciones de bar, ascensor, cola de la pescadería o banco del parque, alegando que según el Mercado Chico se ha recibido no sé qué subvención europea y hay que darse prisa. Los detalles se desconocen (plazo, finalidad…) pero el argumento resulta útil para tratar de justificarse ante la imperdonable falta de previsión y el desastre organizativo que clama al cielo. El político local, desaparecido, ya ni convoca a los medios para inauguraciones. ¿Estará retenido en el atasco? Converger con los más aventajados es importante, pero por de pronto, solo hemos visto convergencia en cosas perfectamente prescindibles, como los embotellamientos.