La idiosincrasia cuesta años. Lugares, individuos o tradiciones alcanzan sus señas de identidad a lo largo de décadas o siglos. Ávila equivale a murallas, frío, Santa Teresa, chuletón y tapas. Estas últimas son de esas cosas –pocas– de las que los abulenses presumimos al viajar, orgullosos: poder elegir pincho incluido con la consumición entre una suculenta oferta.
El reciente concurso de Ávila en Tapas me ha dejado mal sabor de boca, estimados tres lectores. Me dirán que daba alegría ver tanta gente en los bares y la vida que había por las calles. No lo niego, y si el certamen se hubiese llamado Ávila Gastronómica tendría menos que objetar. Pero ya hace años que trocaron las tapas por modernas florituras, caducos bocados de nada. Cual restaurar la muralla en acero corten, que está de moda, hacer gazpacho de Santa Teresa o esferificar espuma de chuletón.
Seré reaccionario carcamal y enemigo del progreso, pero no puedo evitar añoranza de los bares y tapas que han forjado nuestra memoria –recias, sustanciosas y verdaderas– frente a esta profusión de innovadora gastronomía. Añadan las veces en que, yendo a horas razonables a los locales participantes, te responden con un «se nos ha acabado la tapa de concurso», cuando no cierran directamente el domingo por la tarde. Y a eso unan precios «especiales» a cuenta del jolgorio. Aun así, la cosa tendría un pase. Pero lo que no tiene perdón de Dios es cobrar por la tapa, más de uno y más de dos lo han hecho; amén de competencia desleal, es boquete en la empalizada que nos ha mantenido, cual pequeña aldea gala, resistiendo a las legiones de la nueva hostelería. El concurso falta a su historia, reniega de sus raíces –por mucha ternera avileña que presuma tener– y vuelve la cara, otra vez más, a Madrid. Como alguna candidata a la alcaldía que no quiero nombrar.
Allá premios. Los abulenses de pro dedicaremos otros 363 días del año a los bares de siempre, aquellos que tan bien han preparado nuestra mágica poción durante más de medio siglo. Recuerden, señores hosteleros, excelentísimo Ayuntamiento: con las cosas de comer no se juega.