Voy a hacerles una confesión. La semana pasada, apenas escribí un par de frases en el artículo que leyeron. En realidad, era un artículo de reserva. Por eso, al sentarme a escribir este, soñaba con el contacto de las teclas en las yemas de los dedos, su textura suave y la cadencia del sonido del teclado al golpearle con la necesidad de quién se ha pasado una semana sin escribir y lo necesita casi como el aire puro. Siempre he sido de escribir a mano, pero, a fuerza de no poder hacerlo, he encontrado en el teclear un magnetismo único producido, quizá, por la atracción de las teclas hacia los dedos, por aquello que surge de la presión. Sin embargo, con la lentitud que caracteriza mi vida en los últimos tiempos y las pausas pertinentes, el boli ha vuelto a mis manos y puedo decir orgullosa que, aunque añoraba la tecla, la semana pasada sí escribí, solo que a mano.
Desde principios de año, y tras varios intentos fracasados a lo largo del 2024, vuelvo a llevar mi diario. Sobre la magia de esto ya escribí hace tiempo. No se trata solo de la posibilidad de narrar constante, de la búsqueda de la belleza en el lenguaje al hablar de lo cotidiano. Es también la memoria externa que supone: revivir momentos al abrir una página al azar y encontrar una historia muchas veces contada o una olvidada. Ahora escribo con más ganas, ya sean sucesos importantes o historias cotidianas, de las que nos pasan desapercibidas pero configuran la vida, de las que lo normal sería decir que no ha pasado nada.
Cuando era pequeña y tenía un diario de esos que llevan candado, pensaba que aquello era algo muy de adolescente. No sé si guarda relación con la imagen que se nos da de ello. Pero siendo adulta, sin embargo, es cuando más lo disfruto. Afortunadamente, mucha gente aún reflexiona sobre sus días mediante la palabra escrita. Sin embargo, hay otra práctica de comunicación que está desapareciendo y su pérdida tiene gran repercusión en la manera en que escribimos: la carta. La evolución de las comunicaciones tiene grandes ventajas, siendo la principal la inmediatez y la posibilidad de seguir el día a día de nuestros seres queridos aún estando lejos. Sea un ejemplo de esto mi ahijado, que cada día está más grande y guapo. Pero la capacidad reflexiva y literaria que surgía de tener que poner por escrito aquello que queríamos comunicarle a la persona que estaba lejos, se nota en cómo redactamos y el tipo de textos que hacemos hoy en día.
Y, la semana pasada, sentí el irrefrenable deseo de escribir una carta, de poner algo de los últimos tiempos en papel y enviárselo a una persona querida. Por eso cogí una hoja y, tranquilamente, fui escribiendo una carta a mi amiga Olalla, que vive en Inglaterra. Despacio pensé en qué contarla y cómo. Hablamos casi a diario (gracias, nuevas tecnologías), pero esta experiencia fue distinta. A mi amiga le hizo ilusión, la gustó la idea y dice que va a responder. Así podré entrenar mi escritura (literal y metafóricamente) mientras las cartas viajan hacia o desde las Islas Británicas. Entre tanto, aún tendré mi diario. Y para los demás textos, el ordenador. Porque para mí, ha llegado el momento de volver a combinar la tecla y la pluma.