Hablando con un colega, amigo y conocido catedrático de Ciencia Política sobre la situación actual de las ideologías, llegamos a la conclusión de que éstas se están diluyendo en las turbias aguas del oportunismo y la supervivencia política.
Esta situación comienza a ser evidente en el momento en que los partidos pasan a ser fuerzas transversales (catch-all party). Es decir, entes escoba que tratan de atrapar todo tipo de voto, venga de donde venga, nutridos de profesionales de la política, con la única intención de acceder a los cargos y al poder, no para mejorar la vida de los ciudadanos, sino la de sus dirigentes, el entorno de estos (familiares, amigos…) y afines. Por ello, es difícil distinguir, más allá de las siglas y el voceo, si un partido es de izquierda o derecha, conceptos cuyo origen se encuentra en la votación de 28 de agosto de 1789 en la Asamblea Nacional Constituyente surgida de la Revolución Francesa (jacobinos-girondinos), ya que una vez en el Gobierno, incluso en la oposición, les cuesta tomar ciertas decisiones, por mucho que las hayan defendido a capa y espada en sus argumentarios, programas o campañas electorales.
Esto lo hemos podido comprobar en la ciudad de Ávila, por ejemplo, cuando VOX ha apoyado una subida de impuestos, algo completamente contrario a, según nos venden, su razón de ser. O cuando sus mandatarios no han tenido el más mínimo problema a la hora de subirse al ansiado coche oficial proporcionado por sus odiadas Comunidades Autónomas, niveles territoriales que, en teoría y lejos de la práctica, quieren eliminar.
Hoy día, con un abanico tan amplio en el sistema de partidos, aún más extenso en las elecciones municipales, es complejo lograr unos resultados que posibiliten alcanzar el preciado bastón de mando desde consignas como "Viva Cristo Rey", "Los Borbones a los tiburones"… porque éstas alejan a esos posibles votantes, tan necesarios como volátiles, situados en zonas de pensamiento más flexibles y menos fanatizadas.
Del mismo modo, es altamente improbable que una determinada persona sea fiel a sí misma si necesita la política para subsistir o vivir. Los primeros, porque tienen que seguir pagando la hipoteca, el colegio de los niños… y los segundos porque tienen que satisfacer sus grandes egos, algo que no sería posible con sus puestos de trabajo previos. Tener notoriedad, visibilidad, asesores, asistentes personales… se convierte en una adicción más fuerte que la más potente de las drogas.
Cuando hay compromiso, vocación… se traduce automáticamente en reivindicación, sin complejos, con contundencia y sin miedo. Cuando hay interés personal, se convierte en una sumisión inaceptable, cobarde, vestida con el socorrido y falso traje de la lealtad, porque, si no son leales a sus principios, eso cuando los tienen, no son dignos de representar ni de dar lecciones a nadie.