Ester Bueno

Las múltiples imágenes

Ester Bueno


Carta a Ávila, al agua y al viento

20/03/2025

Las torrenteras bajan bravas, intensas, y el rio se desborda a su paso por el puente Adaja, y los días se hace largos, sin solución de continuidad, entre la grisura de ese cielo.  Nos perdemos en los aledaños de los sueños, porque esta lluvia envuelve y aprisiona, como si los pequeños elementos de la vida se volvieran también gotas de nada en la cabeza. 
Escucha agua, escucha, las torrenteras bajan bravas, intensas, lujuriosas espumas blancas, acordonadas al helador contacto con el suelo, retumban absolutas en la cortante herida de la sierra. Las torrenteras bajan incontrolables, como el tiempo que abrasa, como el viento que remata y perfila la vida de las piedras. Como la verborrea de ese primer amor indefinible. Agua, eres todo y sin embargo, desaparecerás al el sol de junio y viajarás a lugares tan remotos como inimaginables, cabalgando las nubes, como nosotros, intentando zafarnos de lo que nos ata a los recuerdos y a las seguridades, para sentirnos más libres y más puros. Menos atentos a lo que seremos, románticamente menos perecederos. Te digo, agua,  las torrenteras seguirán su curso cuando hayamos terminado los días y ya solo seamos jinetes de las nubes y del aire.Me has sorprendido agua, en esta latente primavera eres más tú que nunca, agua que lava y purifica, agua que se condesa en la ventana y que puede reescribir con dedos infantiles todos los corazones. 
Y tú, Ávila, eres esa ciudad que atrapa al que la vive, al que respira por los poros de sus edificios, por las esquinas de las marquesinas, por las plazas pequeñas de los barrios pequeños y cerrados. Esta ciudad de los miles de almas enterradas, perdidas, y también de los sueños muy grandes que coronan los lienzos de muralla en toda su extensión y que los lanzan a un universo casi mágico.  Me sorprende la vida de tus calles, Ávila, más cuando es tan oscura, tan íntima, tan de agua, tan líquida que sería imaginable en los agostos, pareces casi un cuento. 
Y tú también sorprendes, viento. En marzadas de las de los refranes, ráfagas anhelantes de no encontrar obstáculos, de arrastrar la maleza. Es viento y es ahora, es este lugar nuestro. Las azaleas aún no tienen flores, y el musgo del camino de los parques empieza a revelarse contra el sol. Me has sorprendido, viento, llevas días sin dar tregua a las horas y volteas las miradas de los peregrinos, y haces que las noches revuelvan manojos de negruras en esta luna gris, que mengua y hace salir de sus guaridas a los desesperados. Viento, siempre me pareciste esa parte de mí que temo recordar. Soy como los caballos, antes de soportar una tormenta la perciben a horas de que ocurra, y buscan la limosna de cualquier arbolito que los cubra. Pero te digo, viento, que me traes a mi abuelo y a mi padre, los dos con esas manos rugosas y curtidas de caricia inconstante, el uno por la hoz, el otro por el fuego de la forja, que me hizo las verjas de mi casa, protegida por él en cada día. Viento, me llevas a la sierra, a las garduñas garras de las jaras, me revuelves el pelo de esa niña que nunca quiso irse, y se fue, porque no quedaba más remedio. Viento, de pido que no solo me lleves, que me traigas, vuelve mañana con más lugares blancos, con más manos de plata, con más recuerdos fuertes que me hagan ser lo que quisiera ser e intento. 

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